sábado, agosto 08, 2009

Ruta Mar (última copa, tres botellas vacías )


Me fumaba un cigarrillo más, mientras miraba a Nora palidecer al ver mi estado. Mi puta triste, mi amiga del alma. Al lado de una estantería del comedor de la casa, se encontraba una vieja foto de tres estudiantes de arte, Nora, Ella y yo. Los tres amigos bohemios que en un otoño de hace mil años deambulaban ebrios y felices por las calles porteñas. Recuerdo felices de tiempos que quizás fueron la cumbre de mis días, cuando aun podía soñar algo que no fuese ella... pero su perfume y sus besos me llamaban, me incitaban a cumplir la decisión tomada. - Acá tienes algo para tomar- dijo mi psiquiatra apócrifa, pasándome una botella de ron, la cual bebí largamente, sintiendo las gotas del licor de caña retorcer y acelerar los latidos de un corazón decidido, de un corazón desquiciado, un corazón que aun no había comprendido que había muerto junto con Ella. - Pásame la pala- ordené a Nora- con la mirada fija en la botella casi vacía -Mierda- exclamó la mujer- mal día parece, ¿Te sientes mal? -No querida, me siento de maravilla, sólo tengo sed, y no es de alcohol... es algo más... que sólo Ella entendería. Y no había más, sólo me quedaba tomar la pala apoyada en la pared y empezar a andar. No escuchaba la perorata de Nora, no sentía la lluvia cayendo inclemente sobre el tejado de mala calidad, ni veía la gotera manchar el piso de madera. Sólo escuchaba la voz de Ella en mi cabeza, llamándome, pidiéndome una última noche, noche que no rechazaría... la mujer de mi vida, eso era Ella, y mi vida se había ido al caño de los vómitos, ya no tenía pinturas ni retratos en la plaza Victoria, sólo tenía alcohol en la sangre y una mente perdida en las calles porteñas que siempre he recorrido, Mis Rutas por el Mar, lienzo que tanto le gustaba a Ella... La lluvia caía como el telón final de un teatro pobre. Los cerros anegados, las cascadas urbanas y la costa cubierta de viento... todo me entregaba la vista panorámica del cerro donde reposabas tu sueño... según Ella y su fe, un sueño pasajero. Casi me hacías creer en dios... como no creer en él, si te tenía en mi vida. Los bares me llamaban, desde la casa de Nora los conocía todos, el sutil aroma a tabaco y vino tinto me llamaba como endemoniado, pero no, ya sabía dónde iba, junto a ella, necesitaba verla una vez más, su aroma...

La eterna caminata fue interrumpida por una parada, una compra de las más extrañas nupcias que puedan conocerse: dos botellas de whisky y cigarrillos para el camino. Volvía a llover. Pero ya no me importaba, el calor del alcohol en la sangre y de mi larga caminata a Playa Ancha, me hacían olvidar por completo el frío de la noche, mi pierna destrozada y mi cuerpo empapado en lluvia y sangre.
Barrio puerto. Ni un alma por las calles más oscuras de esta ciudad indolente. Mi cuerpo empapado no sentía frio, es más, no sentía nada desde hace unas pocas horas... no, que digo horas, creo que ya son meses... pero no, ahora sentía este ardor. Era patético notar que volvía a vivir sólo en el ímpetu de estar con ella- carajo, mi pierna.
Y caigo. Iniciando lo vertical de la veintiuno de mayo caigo, mi pierna arde como hielo hirviente, el alcohol en mi sangre ya no detiene el dolor... el dolor. Recordaba cuando en este mismo paseo vendí mi primer cuadro, un paisaje horrible de una calle del cerro alegre, con la cual estafé a un turista...
La pala era mi mejor muleta. Irónico pensar que en este cerro empezó todo, mis ideales revolucionarios, mi gusto por la pintura y el vino tinto... y para colmo de males una compañera de curso queriendo ordenar mi vida... bueno al menos Ella lo intentó. Y aquí estoy, mas desgraciado que nunca, intentado poner las cosas en su lugar, frente a frente con esa aula con vista al mar... ruta que tanto nos gustaba.
Paraba de llover, al menos en el exterior. Las primeras lágrimas brotaban de mis ojos, lágrimas que no escaparon cuando Ella se iba. Pagaba a largo plazo un duelo perdido entre tanta copa de whisky y cerveza.
La noche ya no helaba otra vez. El cementerio me recibía con un bendito silencio, que sólo un perro cojo agujereaba con uno que otro ladrido. La reja no fue problema, ya la había saltado una que otra vez en días mejores.
Las calles de esta urbe de pobres muertos y muertos pobres serpenteaban confundiéndome. Di unas vueltas inconexas sin saber hacia dónde, sólo la botella de whisky era mi farol... mi brújula.
Me mareaba. El alcohol subía a mi cabeza y me desplomaba-nuevamente- Y mi mareo se transformaba en arcadas, y mis arcadas y en regurgitadas violentas sobre la tumba de algún pobre diablo... o del mismo diablo, quien carajo sabía.
Y ahí las imágenes y sonido comenzaron a difuminarse entre el presente y lo que pudo ser un pasado. Estaba Ella, Nora, y uno que otro amigote pasajero... era el bar, nuestro refugio... nuestro hogar... nuestro motel más barato; y Nora la puta más deseada.
El arcoíris de bilis gástrica cesaba. Mis ojos podían ver de nuevo y de entre la sombra de una noche nublada veía la verdad, que estaba realmente solo. No de esa soledad poética, como leí en algún poema de Pedro Lastra... no era la soledad más agria, como el sabor de mi boca, soledad que ni mil botellas ni mil rutas por el mar podían aplacar. Mi vida tenía un norte, una lápida, un nombre y apellido... Ella.
La pala era para algo, aparte de asistir a mi pierna destrozada. Era para cavar.
Palada tras palada, cada una más frenética que la anterior, sentía que su perfume ya se asomaba por el campo santo, que sus labios de rojo eterno pasearían por mi cuello, que su voz...
Llegaba a ella. Comenzaba a llover de nuevo. Con más fuerza, con más ira, con más desesperación. Ad hoc.
La tierra mojada se empantanaba, la pala ya era el cucharón de un caldo de mierda sobre el cuerpo de ella. Boté la herramienta y empecé a escarbar con las manos. Las mismas manos que tantas veces la plasmaron desnuda en el lienzo inocente.
La lluvia caía como telón de fondo... sobre mí, sobre ella. Y ahí estaba, al fin junto a mí, encerrada en un caoba, pero junto a mí, ahora por siempre.
Con el lodo hasta la cintura, sentía como Ella me llamaba desde dentro del féretro, como su dulce y fuerte voz se mezclaba con el agrio sentir de mi paladar. Comencé a gritar su nombre como un loco, enajenado perdía mis uñas al tratar de entrar a su prisión de madera... pero no, ya no estaba intentando entrar, ya estaba dentro, rasguñaba las paredes por inercia, pero no, ya estaba con ella.
Sentía el sofoco del poco espacio entre los dos. Al fin estaba con ella. Dentro de su tumba sentía que por fin estaba vivo. Irónico.
Mi voz se cortaba entre el poco aire que me quedaba, alcanzaba a decir su nombre por última vez, de tomar de entre lo oscuro del féretro la botella de whisky, le di el más largo de los sorbos, como el más largo de los besos.
Prendí el encendedor que Nora me había obsequiado y pude ver su rostro. Desfigurado y no por ello hermoso. La necrosis y las larvas hacían su trabajo natural, pero aun así la abrazaba. Su cuerpo seco y descompuesto era lo único que me quedaba. Ya no más bares. Ya no más vagar y beber, vagar y beber.
Quizás así acabaría mis rutas por el mar.



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