lunes, junio 29, 2009

Ruta Mar (Primera copa)

Siento el pasar del tiempo como cuchilla en mi océano. Tu voz callada como un tempano que ya no me llama, porque claro, solo eres una fotografía
Más, esta tos de tabaco me mata lentamente. Mil jarabes auto medicados y mezclados con whisky no han surtido mas efecto que embriagarme, y darme excusa suficiente para irme de juerga con algún parroquiano de algún antro turbio de este puerto, a veces dulce, a veces salado. Depende de que tan cerca de mar, en mi cabeza.
Responsabilidad, eso tu eres. Y mi gato sólo me mira con esa expresión -Iluso- en sus ojos, como queriendome decir que sólo gasto el tiempo en encontrar a quien me arrebató lo único que me hacia sentir persona y no el monstruo que ahora soy. O quizás, sólo quiere algo de comida.
El farol de afuera no funciona. La calle treinta y tres se sume en la más sórdida oscuridad. A esta altura del invierno el frió hiela los huesos del más robusto hombre; yo sin ser uno de ellos, me congelo en el pasado, en el invierno, en el olvido.
Camino vagamente, bajando el cerro. Dibujando mi estela de auto averiado por los adoquines y veredas de lo que es ya el plan porteño. Busco mi bar de costumbre- ahí está- pienso, como recordando que es el único sitio donde aun recuerdan mi nombre, mis letras, y de lo que fue aquel libro que alcancé a publicar, sin pena ni gloria. Que mas da, sólo es un bar.
Bebí lánguida y furiosamente durante varias horas, hasta sentir mi cabeza sulfurante y su recuerdo congelándome el alma; hasta que sentí un perfume entre el licor y tabaco. Era ella.
Aunque no podía ser ella. Estaba muerta y así la amo, aunque nadie pueda entenderlo, pero mis ojos no me engañaban- el alcoholizado cerebro quizás- pero era su dulce y penetrante mirada y sus mismos labios sutiles que alguna vez besé. Hasta que ese fatídico día llegó.
La seguí por varias horas, sin alcanzarla, hasta que tomo un taxi y se perdió serpenteando rumbo hacia quizás Viña.
Quizás mañana tenga más suerte.