sábado, julio 11, 2009

Ruta Mar (tercera copa)

Y allí me veía nuevamente, sentado en la barra del bar de costumbre, con Nora contándome sus desventuras y atracones varios en medio de la oscuridad de la noche. Ella lucía deprimida, su semblante no me incitaba a nada más que invitarla otra copa.
La densa niebla del humo de cigarro enturbiaba mi vista, pero de entre ese estupor aún se podían distinguir los rostros. Nora ya no era muy joven, pero se mantenía audaz en lo que ella sabía hacer mejor, era una... digamos una experta en la materia, sin contar las miles de veces que posó para mí, eso claro, acabó cunado la conocí a ella. Perdón, a ELLA.
Habían pasado dos semanas desde que la he estado sintiendo cerca, su piel, sus ojos, su perfume, disipado entre los antros y tugurios de este puerto lleno de bohemia y agonía. Había cabalgado-a pie-bar tras bar, para saber si realmente me había vuelto completamente loco, o si sólo era la expresión alcoholizada de una mente tan acribillada por el placer de ayer.
Y en esas encontré a Nora.
Me había acompañado desde siempre. Más que una amante recurrente era mi psiquiatra, cuyas únicas recetas consistían en copa tras copa. Pero así era ella. Festividad externa, funeral por dentro, vivía la vida hasta el límite, hasta el nacer de Aquiles, su hijo, cuyo nombre había elegido yo, tras intentar pintar un cuadro que nunca me gustó.
- ¿Y no has pintado?- pregunta ella, respondido por un gesto de ironía y tristeza de mi parte. Era un no rotundo, uno con ganas.
Porque no he pintado, interesante pregunta. Quizás porque no tengo dinero para pintura y lienzos, pero no, esa no era la razón. Desde que deje de sentir la piel de ella, me he vuelto un completo neardental, un simio danzante que lo único que sabe hacer es vagar y beber, vagar y beber, vagar y beber...
Y ahí volvemos a la razón de mis problemas. Ella. No Nora, ella sólo era un personaje más en el variopinto escenario de esta sucia ciudad. Nora me acompañaba en mis rutas por el mar, era tal como yo. Imperfecto, desganado, sin dinero- sobre todo sin dinero- y más que cualquier epíteto que nos podamos dar, compartíamos el dolor de haber perdido a alguien. Yo, a mi diosa, la mujer perfecta, y Nora, a su hermana. La misma persona, ella.
Ansiosa por otro trago, Nora salió a conseguirse dinero, como sólo ella sabía hacerlo- eso es lo que me gusta de mi puta triste-.Mientras, sumido en el estupor de alcohol y humo, alguien me llama, dice mi nombre con una voz que no se olvida, una voz familiar.
No puedo ver nada, pero sin hacerlo mi piel ya lo sabe todo. Esa voz, sutil pero sugerente, ese perfume, que se contrasta con el humo de tabaco. Unos labios pintados de rojo se posaron en mi cuello. Sin duda era ella.
Se toma un trago a mi lado, me habla de la canción de Luis Miguel que tanto le gusta, me dice que debería afeitarme, que pinte algo, que arregle la cerca...
Embobado en su discurso y perfume, no dije nada. Mi rostro delataba placer, sin duda era ella y la quería cerca, como antes. Estiré mis brazos para estrecharla, pero no la alcanzaba. Me estiré un poco más y sólo conseguí irme de bruces contra el suelo, azotando mi delirante humanidad contra las tablas apolilladas del suelo.
Me levanté casi saltando, pero ya no había humo, ya no había voz, ya no había perfume. Ya no estaba Ella.
Nora, se me acercó con dos copas de whisky, algo desgreñada y con el maquillaje puesto a la rápida. Me entregó el vaso con ternura, una de hermana.
-¿Viste un fantasma?- preguntó arreglándose el pronunciado escote de su blusa.
- Un fantasma Nora, claro que sí, un fantasma- respondí, bebiendo de mi copa, sintiendo algo en mi cuello, una mancha en mi camisa. Lápiz labial, rojo, intenso. El de ella.

No hay comentarios.: