domingo, julio 05, 2009

Ruta Mar (segunda copa)

El mullido pasto, la fría luna... contrastaban al alcohol en mi sangre, provocando una sensación de tibiez vomitiva, pero que al menos me devolvía el sano juicio, el poco que queda.
Y me vi allí, rodeado de adolescentes ebrios, esperando la salida del sol, signo que les diera fin a sus desenfrenadas noches de juerga. Me sentí desacomodado al darme cuenta adonde me llevó mi loca carrera- la seguí por tres horas- hasta darme cuenta que por más que se le parecía, no era ella, no.
Mi mente me seguí jugando chueco. Y no es que yo sea de jugar muy limpio que digamos, pero estaba harto ya, de que cada vez que saliera a tomarme un trago, la viera... sintiera su perfume, su presencia. El "delirium tremens en su apogeo", como dijo mi psiquiatra, en la ultima sesión, sesión que todas las anteriores, sólo me daban muestra patente de cuan demente y dependiente a los fármacos me hacía a medida que pasaban los años.
Comencé el camino de vuelta cuando el sol ya clareaba. La sensación purpura en mis ojos lagañosos provocaba algo de dolor. El sol y su inclemente fuerza cegaban mi andar, haciéndome rebotar por las paredes de la estrecha escalera que me llevaba a lo que yo llamaba hogar.
-Camine hasta tropezar-
Al notar con qué había tropezado, vi que era un zapato de mujer, taco fino, rojo... de sinuosas formas y recuerdos. Recuerdos de ella, obviamente.
La imagen de verme caminar con un zapato de mujer en la mano era un tanto absurda, pero también lo era mi existir. Lo abúlico de mis días sin pintar nada nuevo, hacían que mi cartel de pintor sólo fuera eso, un cartel. Esta pseudo-depresion me tenía mal, ojeroso, despistado -sin una trozo de hígado- pero sobre todo, estas últimas semanas habían sido en extremo raras, asunto que me tenía más confundido que de costumbre.
Dormí la resaca durante catorce horas. Mi boca sabía a rayos y mi cabeza dolía como demonio, juntando esto con un estomago inclemente, me tenían como una bestia de circo: hambreada y rabiosa.
-Que extraño- me dije irónicamente, tras notar que no había nada en la alacena ni en el refrigerador. Probablemente acabe en la plaza Victoria comiéndome un completo, para terminar de llenar de mierda mi estomago en algún localzuelo de cuarta.
No, no quería que este día (noche) fuera como todos, necesitaba algo diferente, necesitaba comprobar cuan desquiciado estaba, y si podía pasar al menos un día sin verla, en cada fémina que zarandee por el puerto. Así que tome algunas pastillas de un frasco, di un sorbo de cerveza desvanecida y partí. Quizás hoy sea diferente.- Lo más probable es que estés equivocado- sentencie, junto con un portazo tal, que botó el cuadro de recién casados.
Miré desde lejos este jodido puerto, mi cuna de bacanales, putas, ebrios, choros, poetas, travestis e indefinidos, sintiendo como el aire, la brisa marina se mezclaba con un perfume, ese perfume que tantas veces había comenzado mis carreras. Pero esta vez, sólo estaba solo.
A mis pies encontré el otro zapato, junto con la cruel noticia que mi ebria condición de ayer, no había notado. Eran de ella, los mismos con los que la había sepultado.

No hay comentarios.: