viernes, febrero 13, 2009

Háblame


Lunes, 22 de septiembre de 2008 a las 1:02

Háblame, con tu tez dormida háblame. Si tu voz no es necia sino activa, pues háblame. Deja que no sea masa inerte lo que me dijiste ayer, cuando corrías por prados en tu mente. Como siempre lo has hecho.Somos lo mismo de siempre pero hemos cambiado, las manos, los pies, los besos, el sexo. Ya todo es diferente. Ya no se siente ese mismo candor eterno, ni esa efímera fragilidad que tanto amaba.
Y de la que tanto he escrito.
Se que vives en mis sueños, en mi cabeza. Eres la prueba indescifrable de que aun existo, que lo hago como res al matadero, esperando día a día que seas mía. Eres mi muerte. Era delicioso pensar que no existías, y dejar todo a la imaginación. Pero como de rutina estaba equivocado. Tú existías.
Viviste un par de décadas en mi cabeza. Hasta que en un andurrial de espanto te encontré. Me hallaba como el niño que encuentra a su madre luego de haber estado perdido. Me aferraba a tus faldas, anhelando quitarlas.Y fue así, enfermizo y decadente, como me gustan los romances.Pero no fue eterno. La efimeridad de los besos que ya no eran de falsedades, sino de carne y hueso no duraron para siempre. Un fatídico día dijiste ya no más, y ahí es cuando empezó lo enfermizo de este pretérito.
Te busqué como aquel niño de antes. Más, las barbas y la pena habían crecido bastante. Ya era un hombre, y no estaba para búsquedas desesperadas ni para esperas pacientes, estaba para la acción.
Me enredé entre otras faldas inocentes buscando cobijo y saciedad. Pero solo me encontré con un triste desfile de cuerpos de deseo marchitos. En los que volqué toda la ira y lujuria que llevaba escondida. Lo único que conseguí fue marchitar rosales que pudieron haber servido para embellecer está cansada ciudad.¿No me hablas?, claro estas dormida, quizás para siempre, quizás por un rato, pero duermes. Dicen que la única manera de hacer eterna la efímera belleza de tu cuerpo era dormida. Y yo lo creo así.¿Duermes?, quizás en tus sueños no esté yo para atormentarte con un amor que no fue, que se quedo en fugaces lujurias y repentinos flechazos de odio, de un Cupido ojeroso, con olor a tabaco y manchas de vino tinto en una camisa, que alguna vez fue blanca.Háblame, siento miedo. Háblame, y déjame recostarme en tu falda por última vez, esperando que la sangre de tu vientre no ensucie más mis manos, por lo menos hasta que llegue alguien.
Háblame y dime tantas cosas que siempre quise saber. Pero no, estás callada, nuevamente eres el susurro en mi cabeza, ese que me recuerda que acribille con esta navaja mi única ventana de libertad.Y sí. Esto acaba como siempre. Contigo muerta, desangrada, dormida, malditamente bella. Y yo acá, a tu lado, sufriendo de esta enfermedad terminal que se llama vida, cuyo día de muerte solo tú sabes.
Quizás por eso no me quieres hablar.

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